Impaciente, distraída y taciturna, envió el mensaje que cambiaría la historia por siempre. Torpe de manos y con pies dibujando círculos, pensaba en escapar y no volver. Es para cobardes, dijo y bajó acelerada con santos y café.
Latidos por miles, miradas perdidas, risas para calmar y fuerzas para subir. Observa las luces mientras gotas de agua mojan su rostro. Calles largas y espacios coloniales dibujan la perfecta y genuina ciudad. Él explica las vías y su diseño europeo, ella solo mira dos lunares continuos. Lo que en algún momento solo fueron ideas, historias y textos, en esa noche se partió en dos. Mitades exactas que daban el inicio de algo, ella se quedó con el número y él con lo abstracto.
Risas y copas acercaban la hora mágica para la búsqueda de un refugio donde esconderse del frío y abrigar su amor. En el camino, dos manos se unieron mientras se escuchaban sonidos alucinógenos de una lista sin fin. Lugar para amar la noche con vista a la ciudad, suben con movimientos torpes por el efecto. Hablaban, reían y bebían. Todo era conocido, una sensación extraña de haber amado antes, en otra vida, en otro mundo. La noche se fue y el amanecer llegó con un mal sabor de despedida. Una sensación de abandono en el regreso, cuestionaba las ganas de volver. Sin miradas, agarraron sus mitades y abrazaron su recuerdo como algo único, lleno de significado. Agosto para sonreír y recordar.