La memoria es frágil, muchos recuerdos han dejado de ser, momentos importantes que ya no están en el presente. Los olores tienen una forma particular de hacernos recordar objetos, momentos y personas, nos transportan en el tiempo y escarban en la memoria lo que fuimos.
Camino a un cementerio, por descuido rocé una planta, al inicio el olor me pareció un fastidio. Segundos después, me detuve en silencio mientras veía una niña caminar descalza en un jardín, con una taza de té color rosada llena de flores. Tenía un cabello muy largo color castaño que se movía con el viento. No lograba identificar su rostro, empecé a caminar detrás de ella, seguía sus pasos hasta que un momento pude tocar su brazo y llamar su atención. Me miró y nos sorprendimos las dos. Era yo, era mi recuerdo. Había olvidado que recogía pétalos de las flores que crecían en el jardín de la casa donde crecí y el olor que provocaba esta planta cuando le arrancaba las hojas.
Tomé más hojas y me las froté en la nariz, no quería que ese olor se desvaneciera. Quería decirle a aquella niña muchas cosas, todo lo que me ha pasado hasta ahora. Quería decirle que he estado en lugares en los que nunca imaginé, que estudié y me gradué con honores. Quería que supiera que mis padres seguían juntos luego de tantos momentos de inestabilidad y que a pesar de todas las necesidades, logramos muchas cosas. No pude contenerme emocionalmente al recordar que ya era mamá, quería decirle que tengo la hija que siempre quise y que tiene un corazón maravilloso, que es buena y sensible. Quería decirle que lo intento a diario, que a veces pierdo y que me ha costado mucho algunos proyectos que aún no logro terminar; sin embargo, no me rindo, eso me enseñaste en aquellos años donde era feliz correr por un jardín.
Abrí mis ojos y me preparé para continuar, volveré a buscarla en otra ocasión, en otro momento, quizás esta vez me deje hablarle y espero que para ese tiempo yo pueda decirle “lo logramos juntas”.
