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Ángeles terrenales

Ángeles terrenales

Desde que Anna camina y se vale por sí misma, cada Diciembre se reúne con amigos de la vecindad para acompañar a las posadas, algo que yo nunca he hecho y que ahora lo experimento con ella. Me gusta su compromiso, es puntual y no falta a las reuniones. Organiza su tiempo para realizar rápido sus tareas, termina pronto sus responsabilidades y se prepara para salir con los niños y adultos. Comparto con ella la importancia de los ritos y de cómo estos nos ayudan a formar nuestros vínculos, en definitiva ella lo hace mejor que yo. Introduzco este contexto previo, porque gracias a esta actividad nace la razón de esta historia.

Hace tres años, mientras acompañaba a Anna a sus posadas, me senté en la vereda a esperarla hasta que saliera de la casa donde acordaron reunirse, nunca había entrado a casa de nadie, me limitaba a cuidarla y ver que todo esté en orden. Esa noche, sentí que una energía me atraía, la voz de una mujer retumbó en mi cabeza y no podía salir del asombro, me agarró del brazo y me invitó a entrar a su morada. La miré todo el tiempo, cada movimiento, cada palabra, cada gesto. Me dio mucha curiosidad lo que ella me había transmitido sin conocerla.

Desde ese momento, pasaron cerca de 11 meses hasta nuestro segundo contacto, es curioso porque solo vive a tres casas de mí y casi nunca nos vemos. Este segundo contacto fue para entregarle un presente a Anna por su cumpleaños, me sentí muy halagada y no precisamente por el obsequio, sino por haber prestado con atención los detalles de mi nena y la forma en la que ella transmite sus sentimientos de amistad. Su nieto juega en ocasiones con Anna y en ese año, ella le había entregado algunas notas escritas en hojas que arrancó de sus cuadernos. El presente era un bloque de notas para escribir cartas y algunos bolígrafos de colores para adornar sus letras, un presente con significado y valor grande para mí. Pasó navidad en aquel año y con ella solo logramos saludarnos de lejos. Había sido un año muy doloroso, un año en el que trabajé bastante en mí para lograr superar daños y aprender a soltar muchas cosas que no me dejaban continuar, para ese tiempo me estaba recuperando.

Nuestro tercer contacto se dio de forma inesperada y para mí fue uno de los momentos más significativos de mi vida. Ese año terminó, era un 31 de diciembre en llamas, me quedé mirando como se consumía todo y mientras lo hacía, sentí que alguien caminaba atrás de mí y que luego se detuvo para acercarse y abrazarme. No me pude contener y rompí en llanto en sus brazos, sentí una paz y tranquilidad como si un ángel bondadoso me recogía con sus manos. Me habló con su voz tenue y dijo: “Me llamo Abigaíl y hace dos años perdí a mi hijo, desconozco por lo que estés pasando, pero sé que no estás sola”.

Sus palabras quedaron en mi mente por mucho tiempo, me cuestionaba el no haberme enterado de que había perdido a su único hijo y que había pasado momentos muy dolorosos donde yo no la acompañé, que extrañaba mucho a su hijo; sin embargo, se mostraba fuerte y su vida estaba en paz.

Doña Abi me enseñó, que por más quebrado que estés, siempre hay amor para dar y que este solo crece cuando lo compartes. Me enseñó que el amor es un regalo, en todas sus formas y que demostrarlo es necesario. Ella me regaló amor cuando se interesó por Anna, cuando me invitó a pasar a su casa, cuando me abrazó. Su amor ha generado un cambio positivo y duradero en la vida de mi hija y en la mía también.

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